#DOMUND2023 "Corazones ardientes, pies en camino"

Creo que el Santo Padre Francisco ha acertado con el lema de su Mensaje de este año para la Jornada Mundial de las Misiones, nuestro Domund: “Corazones fervientes, pies en camino”. Este lema, que en España hemos hecho nuestro con el adjetivo “ardientes”, nos recuerda la escena en la que Jesús resucitado se hace presente ante los desanimados discípulos de Emaús y les remueve el corazón (Lc 24,13-35).

Digo que ha acertado porque, al mirar a los misioneros, a nuestros misioneros –esos paisanos que han abandonado su tierra, su familia, sus seguridades, sus comodidades para ser lo que son–, no podemos olvidar que no se trata de aventureros –aunque algo de ello sí tienen– ni de expatriados –enviados por sus organizaciones a trabajar fuera de España– ni de románticos altruistas. “Corazones ardientes” nos recuerda que se trata de hombres y mujeres enamorados. Hombres y mujeres que, como aquellos dos de Emaús, han estado escuchando a Jesús cuando les hablaba a través de la Sagrada Escritura y han quedado transformados. Son personas que se han alimentado con la Palabra de Dios y, como la Virgen María, la han “rumiado” en su corazón (cf. Lc 2,19), llegando a identificarse con ella. Son cristianos...; son hombres de oración y de contemplación, que han dejado que el Espíritu Santo les ilumine con su fuerza y su amor para transformarles en apóstoles, no de una causa, no de una teoría, no de una ideología, no de una doctrina, sino de una Persona, de Jesús de Nazaret, verdadero Dios y verdadero hombre.

FUEGO ENCENDIDO

A muchos santos se les representa con el pecho encendido en fuego, como si de su
corazón salieran rayos de luz y de vida... Es el amor de Dios, que Jesús vino a traer a la tierra y que quiere que arda en todo el mundo. “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?”, se preguntan los dos discípulos. Y es que la Palabra de Dios es viva y eficaz, es siempre transformadora, y, como el Espíritu Santo, riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito y guía al que tuerce el sendero, según dice la secuencia de Pentecostés.

Un misionero es un hombre enamorado, una mujer enamorada. Es alguien que ha descubierto que Dios vale la pena, que Dios, solo Él, basta, y que ha decidido vivir la vida con Él y para Él. El corazón del misionero tiene algo de romántico, porque no mide las dificultades o las limitaciones propias. Tiene el corazón encendido, porque se fía de Dios, que le cuida y atiende, que pone en su voluntad deseos grandes de entrega y de servicio. Con razón Francisco comentó que la misión es fruto de dos pasiones: la pasión por Dios y la pasión por su gente (cf. EG 268).

LLEVAR A CRISTO AL MUNDO ENTERO

Esa pasión, ese amor descubierto, hace que los pies se pongan “en camino”.  Sí, ese encuentro con Cristo hace salir de uno mismo y poner los medios para llevar, a todo aquel que todavía no lo conoce, el amor, la misericordia, la belleza de Dios.

        Recuerdo a una misionera –religiosa– mayor que llevaba toda su vida por América. Se vino a despedir de mí; no volvería a España, porque tenía muchos años y quería morir en aquel sitio adonde el Señor la había llevado para ser su testigo. “José María, cuando era religiosa joven, yo le decía al Señor: «Jesús, cuando salga a la calle, ponme delante a aquellas personas a las que quieres que hable de Ti». Ahora que soy mayor y no me dejan salir a la calle, le digo: «Jesús, tráeme a casa a aquellas personas a las que quieres que les hable de Ti...»”. Qué bonita forma de expresar su deseo de llevar a Cristo a todos. El misionero no se conforma con lo que ve, con lo que hay; tiene deseos de llegar al mundo entero, con la alegría de transmitir el fuego, el ardor, la fe que viene de haber conocido a Dios. ¿No era ese el sentimiento profundo de santa Teresita del Niño Jesús?

             Por eso, creo que el del Domund de este año es un lema muy apropiado.

Nuestros misioneros, por los que todos –incluso personas sin fe o con una vida cristiana quizás abandonada– sentimos gran orgullo y respeto, no son meros activistas sociales, transformadores de las realidades públicas. Son hombres, mujeres de Dios; son enamorados de Cristo, que se han puesto a disposición de quien les ha cambiado el corazón. Santa Maravillas de Jesús tenía como máxima: “Señor, cuando Tú quieras, como Tú quieras, lo que Tú quieras”; y los misioneros la han completado con algo más: “¡Señor, donde Tú quieras!”


José María Calderón
Director de OMP España
Revista Illuminare, nº 419. págs. 4-5  y  www.omp.es